25 de marzo de 2009

¡Cantinero!

La razón económica supone que las personas siempre buscan más por menos. Siempre queremos el mayor número de satisfactores a cambio de la menor inversión posible. Si bien muchos podrían criticar este modo de pensar la realidad es que es el más conveniente para cualquier individuo. Un buen programa educativo, por ejemplo, supone poder ofrecer los mejores conocimientos en la menor cantidad de tiempo (suponiendo que el tiempo es una de las inversiones más valiosas que podemos ofrecer); si tuviéramos la opción de elegir entre dos restaurantes, que nos ofrezcan exactamente el mismo servicio, escogeríamos, sin lugar a duda, el más barato. Claro que si el servicio es distinto evaluaremos cual es el que nos interesa adquirir (he ahí el fundamento mismo del costo de oportunidad). Se puede decir que en la toma de decisión radica una expresión completa de libertad; elijo, de acuerdo a mis circunstancias, lo que es mejor para mí. En esto encontramos el sustento mismo de nuestra sociedad liberal y capitalista (que personalmente veo como la mejor opción posible).

Sin embargo, ¿qué sucede cuando una elección libre no está produciendo un beneficio en nuestra persona? Siendo fumador me doy cuenta de que mis elecciones de la marca de cigarrillos no radica en el bien que produce a mi salud, más bien me refiero a mis gustos por el tabaco y a mi economía. Por ejemplo, hace no mucho tiempo decidí comprar, en lugar de mis habituales Marlboro rojos una cajetilla de Pall Mall (vienen 5 cigarros más y cuesta 3 pesos menos). Después regresé a Marlboro pues el gusto de la competencia no me dejó satisfecho. La decisión, en ese caso, no se refería a mi bienestar directamente (en tanto que daña mi salud) tanto como a mi bienestar económico. Regresar a fumar Marlboro está pensado en función de mi bienestar ya que, dada una escala de gustos determinada, prefería gastar más por cigarrillo a condición de apreciar más su gusto (estoy consciente de que de cualquier manera fumar no deja un buen sabor de boca).

Hoy me topé con una nota del Universal en donde se trata el hecho de que en Inglaterra obligarán a los bares y pubs a servir en vasos más pequeños. Esta medida está pensada en limitar la ingesta por persona pues, con una menor cantidad de vasos (si son más grandes), las personas se alcoholizan más rápido. De algún modo tiene sentido pues tendemos a moderar nuestro consumo (al menos así lo hago yo) por el número de copas (de ahí que a veces a quienes no tienen “aguante” les llamamos “dos copitas”). Sin embargo, cabe preguntarnos si alguien tiene, o más bien debería tener, el derecho de decirme de que tamaño es mi tarro de cerveza. Me parece que Friedman diría que no, ¿qué no todos tenemos derecho a hacer lo que mejor nos parezca con nuestro cuerpo mientras no dañemos a los demás? Quizá sería correcto pensar, más bien, en programas que promuevan el consumo responsable en lugar de aquellos que limiten las decisiones de las personas a hacer lo que su libertad los faculta.

1 comentario:

  1. Si bien creo que nadie tiene derecho a decidir por nosotros bajo ninguna circunstancia, deberíamos de profundizar aún más en el tema. Ya que, me he cuestionado muchas veces si en este mundo capitalista, realmente somos tan libres como creemos, poniendo como ejemplo, lo que la mercadotecnia hace hoy en los mercados de consumo con tal de llegar al volumen y meta de ventas.

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