23 de julio de 2009

Dime con quién andas y te diré... ¡estás despedido!


El periódico el Universal publica en la nota titulada “Despiden a funcionario por estar casado con estrella porno” la historia de Scott Janke quien, como se deja ver en el poco creativo título del artículo, perdió su trabajo por casarse con una actriz de la industria pornográfica. El alcalde del condado de Fort Myers decidió destituir al regidor pues, después de un año de matrimonio, se enteró de la unión entre su funcionario y una estrella de cine de mala reputación.
La causa del despido, tal y como la establece la noticia, es que este hecho podría distraer al electorado de eventos más importantes dentro de la agenda local. Cabe decir que la toma de decisión no fue un acto unilateral, dentro del comité del condado la votación fue unánime para despedir a Scott Janke.
Este tipo de acciones traen a la mente de cualquier persona una serie de cuestionamientos sobre su legitimidad. Por un lado está la clásica postura “liberal de izquierda” (si es que esta dicotomía puede tener forma más allá de la idiosincrasia mexicana) que supondría como un acto injusto dicha destitución: su vida personal no tiene relación con su habilidad para desarrollarse en el campo laboral y, por tanto, es injusto el despido.
Por otro lado nos podríamos encontrar con una postura radicalmente conservadora que propusiera que dicho acto es una exigencia absoluta pues bajo ninguna circunstancia dicho hecho puede ser aceptado; desde esta postura no cabe hacer un análisis prudencial pues todo se rige por “universales”, los cuales tienden a ver sólo ellos como tales pues tienden a tratar sobre temas muy particulares.
Por último, y desde una postura un tanto más moderada, me parece que la decisión de prescindir de los servicios de Janke es debatible y, en último término, justificada. El hecho de que esté justificada se refiere propiamente a la descripción de puesto. El ser un servidor público, en este caso al menos, implica un cierto grado de representación de la voluntad general como elemento legitimador de su estancia en el cargo. Dicho de otro modo, los problemas que tuvo Clinton al final de su mandato, que fueron muchos y muy serios, fueron causados por un acto reprochable por parte del ejecutivo; acto que sus votantes consideraron como moralmente reprobable.
Dentro de cualquier organización se esperan ciertos estándares de comportamiento personal como parte del “perfil del puesto”. Nadie espera que el director general de una empresa dedicada a la inversión sea un ludópata. Del mismo modo, se espera que el director de una escuela primaria sea una persona que tenga un cierto aprecio por los niños. La rectitud moral de los empleados es un factor que genera confianza en el empleador, la idea de una doble moral (una para la vida profesional y otra para la personal) es profundamente equivocada. Si bien es cierto que cumplir con el rol de director general y el de padre o madre de familia genera expectativas de exigencia distintas, lo que hacemos en nuestra vida personal se refleja en nuestra vida laboral y viceversa.
El tema de fondo es, en el caso de Janke, si su matrimonio con una actriz porno es un acto profundamente inmoral, al punto que pudiera repercutir en su desempeño laboral, o no. Me parece que en ese caso en específico sí lo es. Independientemente de si él no es responsable por la acción de su esposa, que podría ser la defensa para Janke, el es, en efecto, responsable por casarse con una persona dedicada a dicha actividad.
El tema es, de todos modos, complejo y abierto a discusión. Sin embargo deja quizá una idea importante para reflexionar: ¿hasta qué punto se le puede exigir a un empleado (del nivel que sea) que procure llevar una vida moral apegada a los principios de la empresa fuera de la empresa?

1 de julio de 2009

¿La niña más guapa es una niña?


Encuentro fascinante, y un poco hartante para ser sincero, ir los fines de semana a algún centro comercial al cine, en especial los viernes. La manada de pubertos corre por los pasillos intentando fingir una mayor edad; gritan, se ríen de modo escandaloso y fingen ser más interesantes de lo que son en realidad. Tengo que aceptar que, de igual, modo me molestan porque dudo de si yo era igual a mis 14 años. La idea de haberme comportado de ese modo algún día me irrita, aunque sé que así fue; es inevitable ser un torpe incapaz de decidir bien a los 14 años.

¿Quién podría decir que no se arrepiente de algunas de las decisiones “más importantes” (entrecomillado porque la realidad es que hay muy pocas realmente importantes a esa edad, que sean de nuestra responsabilidad) que tomó a sus 14 años? A esa edad somos incapaces de saber lo que es bueno para nosotros, por eso mismo son nuestros padres, o tutores, quienes se encargan de las decisiones importantes: a qué escuela asistimos, cuántas libertades tenemos, a qué tipo de ideas nos enfrentamos, etc. Es por esta misma razón que, si queremos trabajar, por ejemplo, cuando somos menores de edad, necesitamos que nuestros padres estén de acuerdo. Pero, ¿qué pasa cuando nuestros tutores toman una decisión éticamente cuestionable?

Hace poco tiempo la revista Quién dio a conocer la lista de Las 10 niñas más guapas de México. En esa lista las “competidoras” tienen, generalmente, entre 19 y 25 años; sin embargo, una de las principales exponentes, que podría ganar un premio por ser la más guapa de todas, es una niña (y no usando la palabra niña en el sentido fresa de: osea esa niña es la más guapa güey) de 14 años. Dos cosas me parecen de llamar la atención: 1) ¿qué hace una niña de 14 años compitiendo con jóvenes de 19-25?; y 2) ¿por qué la niña de 14 años salió en la portada de la revista en bikini si ninguna otra lo hizo (ni salir en la portada ni salir en bikini)?

En lo personal encuentro que es irresponsable y falto de ética hacer algo así por lo siguiente:



  • ¿Pueden estar seguros que la niña de 14 años está facultada para decidir algo así?

  • Si no puede decidir algo así, que es salir en una revista a nivel nacional en un bikini, ¿con qué derecho puede ser expuesta públicamente de ese modo?

  • ¿Hacer algo así no es dar pie a algunos padres a obligar a sus hijas a hacer lo mismo, obligándolas a decir que quieren hacerlo?

  • ¿No es responsable la revista de promover la visión de una menor de edad (que quiero recordar que tiene 14 años, no 17) como objeto de deseo sexual, cuestión que, si pasa de ser un amor platónico a algo más, es un delito?

  • ¿No promueve una imagen equivocada para niñas de la misma edad?

9 de junio de 2009

¿Otro cigarrito?


Algunas empresas no sólo se dedican, hoy en día, a ofrecer un producto determinado. Pensemos por ejemplo en las aseguradoras. Básicamente podríamos decir que el negocio de las aseguradoras funciona del siguiente modo: te ofrezco que, en caso de que necesites ayuda algún día, especialmente ayuda financiera, yo te garantizo los recursos necesarios, previamente establecidos, siempre y cuando accedas a pagar, periódicamente, una cuota que cubra los posibles gastos -más un deducible en caso de que en verdad necesites la ayuda por supuesto-. Es, a mi parecer, algo similar a un fondo de ahorro que sólo puedes usar para condiciones determinadas. La aseguradora, a su vez, eleva o disminuye el costo de las cuotas dependiendo de las probabilidades que tengas de realmente necesitar la ayuda. Por ejemplo, si quieres contratar un seguro de vida y eres una persona joven, saludable y de buenos hábitos tus cuotas serán menores a si eres una persona de edad avanzada, con serios problemas de salud y malos hábitos.

Este es un punto interesante y de gran importancia: si eres un fumador, que consuma grandes cantidades de tabaco al día, la aseguradora te cobrará una tarifa mucho mayor en tus aportaciones. ¿Por qué es interesante y de gran importancia este punto si parece puro sentido común?, después de todo, fumar causa graves daños a la salud. Sin embargo, lo interesante es que hoy me crucé con una nota del Times en donde se explica cómo algunas aseguradoras dedicadas a la salud tienen contempladas, dentro de su portafolio de inversiones, algunas empresas tabacaleras.

Es por esto que mencionaba que hay empresas que no sólo se dedican a ofrecer un producto determinado. Como entidades financieras que son, las empresas aseguradoras también ven en la compra de acciones un medio eficaz para generar riqueza para sus accionistas. No tiene nada de malo, en primera instancia, pensar que una empresa invierta parte de su capital en la bolsa, es un buen modo de generar riqueza enriqueciendo a otros después de todo, sin embargo parece, de modo intuitivo, muy malo que una aseguradora, que valúa tu salud y las probabilidades de que te enfermes, compre acciones de uno de los productos responsables por más muertes en el planeta. ¿Tienen derecho las aseguradoras a utilizar sus fondos de inversión en empresas que generan daños?

Parece que, de algún modo, entran en un círculo productivo perfecto. Al comprar acciones de las tabacaleras impulsan dicho mercado, esto supondrá que un mayor número de personas gozarán de mala salud y requerirán un seguro médico para poder costear su tratamiento pero, para poder contratar un seguro, tendrán que contratar el servicio a un precio mucho mayor. Las aseguradoras ganan al vender un producto que enferma y ganan al vender la cura a dicho producto.

En muchos negocios pasa algo similar, por poner un ejemplo un tanto absurdo podríamos decir que Disney crea un personaje de caricatura que impulsa la afición en los niños, después el mismo Disney fabrica el juguete de dicho personaje y lo vende. Cuál es la diferencia entre Disney y estas aseguradoras: presumiblemente podemos decir que Disney no hace daño por un lado, y por otro es posible afirmar que las aseguradoras tienen un compromiso, explícito a veces y tácito algunas otras, de cuidar el bienestar de sus clientes y, claramente, invertir en empresas tabacaleras no parece ser el modo correcto.

26 de mayo de 2009

Tómese 3 tabletas... para que me vaya de vacaciones


En una nota publicada el día de hoy por El Universal se trata el tema de la corrupción del sector salud por supuestos sobornos de las farmacéuticas. Se expone cómo es que estas grandes industrias invierten millones de pesos para lograr que los médicos prescriban sus medicinas; el soborno se materializa gracias a que los “visitadores” (nombre que se escucha bastante enigmático y con el que se denomina a los agentes de venta que promocionan a la empresa) ofrecen viajes a congresos, plumas, kits de escritorio e, incluso, instrumentos de trabajo.

La queja viene desde ciertos investigadores, una del Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM y otro del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán”, que mencionan cómo es que el supuesto interés de las farmacéuticas, tanto por el consumidor final como por la preparación profesional de los médicos, tiene una agenda “oculta” que procura promover la compra de ciertos medicamentos.

Si bien es cierto que dichas prácticas pueden terminar en terribles abusos, cómo, por ejemplo, que el médico recetara medicinas que no funcionen con tal de poder cumplir su cuota y hacerse acreedor a un viaje, la realidad es que no veo lo terrible de la práctica en circunstancias normales. Es cierto, las farmacéuticas viven de las ganancias que representan las medicinas, lo que podría ser visto como algo negativo por alguna persona que no crea en la continua innovación (pues cómo habría innovación en el sector sin las utilidades que representa la venta del producto); sin embargo, ¿dónde estaríamos si las grandes empresas dedicadas a la salud no procuraran, con sus ventas, generar riqueza para sus dueños y colaboradores? ¿En dónde estaría, hoy por hoy, el sector salud? ¿Existirían tantas curas como las podemos encontrar hoy en día?

Normalmente pensamos que los precios de los medicamentos son altísimos, después de todo, ¿cuánto cuesta hacer una sola pastilla de cierto medicamento? El costo elevado responde a muchas más cosas que el costo de producción por unidad o, dicho de otro modo, si suponemos dentro del costo de cada pastilla toda la inversión en investigación necesaria, nos daríamos cuenta de que cada unidad es más cara de lo que pensábamos. Por supuesto siempre hay excesos, existen siempre productos -y no exclusivamente de la industria farmacéutica- cuyo margen de utilidad es tan alto que parece una grosería; también es cierto que en las medicinas duele más esta situación porque es un tema de salud, pero no podemos emitir juicios absolutos respecto de eventos aislados o que, al menos, no sean los que ocurren la gran mayoría de las veces. Además, el precio del producto responde, de igual manera, a una lógica de mercado que, hasta hoy, no ha podido ser sustituida por un modo más igualitario y justo de distribución.

¿Es malo entonces que las farmacéuticas generen incentivos que promuevan sus ventas? Me parece que no. Si hay algo malo, y sin duda lo hay, es que los médicos, a quienes les confiamos nuestra salud, se aprovechen de oportunidades como esas y jueguen con nuestra salud y nuestros bolsillos. Supongamos que algún establecimiento de comida chatarra me ofreciera un viaje si puedo comer ahí, llevando a mis amigos, en un promedio de una vez al día y, revisando mis posibilidades de viajar, accedo; si engordo y comienzo a tener problemas de salud por eso, a quién debo culpar, al restaurant o a mí: ¿no deben ser responsables las personas por las decisiones que libremente, y con pleno conocimiento, toman en su vida?

7 de mayo de 2009

¿Veinte pesos un cubrebocas?... me lo llevo


Con la actual epidemia de influenza el precio de los cubrebocas aumentó de modo que nadie pudiera haber esperado bajo condiciones normales. Entre los distintos rumores en precios escuché incluso que se cotizaban, mediante la venta informal, hasta en los 20 pesos; es decir 20 veces su precio inicial promedio. Las voces unidas de los mexicanos dijeron: “no puede ser el abuso de unos pocos que lucran con la desesperación de la mayoría”.

Por supuesto el costo es excesivo, una burla, un chantaje que se sostiene por el precio que damos a nuestra salud, ¿o no? Es injusto pensar que hay personas que tienen un sueldo diario menor al costo de un cubrebocas y, bajo el supuesto de que es necesario cambiarlo al menos cada 4 o 6 horas (he escuchado diversas versiones al respecto), una persona que gana el salario mínimo tendría que trabajar cerca de 2 días para tener cubrebocas suficientes que lo protejan durante una jornada laboral. Es decir, que olvide la comida, transporte y cualquier otro gasto necesario para vivir.

Sin embargo me surge una duda: cómo tendríamos entonces que distribuir un bien como los tapabocas (o cualquier otro bien escaso que se considere necesario para el caso) si no es fijando un precio que satisfaga la ley de la oferta y la demanda. Por supuesto se me criticará de cruel, descorazonado hijo de… De cualquier modo, la pregunta se mantiene: ¿cómo distribuimos ese bien escaso?

¿Preferiríamos que lo distribuyera el gobierno atendiendo a intereses partidistas o por simpatía a un grupo social determinado? ¿Quisiéramos que los fabricantes estuvieran obligados a darlos gratis y que lo recibiera sólo aquel que esté primero en una fila (y que por lo mismo no fue a trabajar para llegar antes que todos)? ¿Sería más adecuado dar preferencia a un individuo, o grupos de individuos, dadas características personales frente a un sistema impersonal y, en ese sentido, imparcial?

Claro, la siguiente pregunta sería: ¿el sistema de mercado es realmente imparcial en un país como México? La respuesta me parece ser sí, si bien no es meritorio en toda la extensión de la palabra (lo cual lo haría realmente mejor), si es imparcial. En mi caso concreto, no tengo un salario que pueda compararse con las clases altas del país (al contrario, y para mi sorpresa, me di cuenta revisando indicadores nacionales de que mi cheque corresponde más a una persona que vive en situación de pobreza que a una considerada, siquiera, de clase media… por suerte no tengo muchos gastos), de cualquier manera yo podría, si lo decido así, comprar un tapabocas en 50 pesos. Así lo pueden hacer muchos individuos. Si un político mal intencionado decidiera repartir los tapabocas atendiendo a intereses electorales, por ejemplo, probablemente no tendría yo un tapabocas. Del mismo modo, si el fabricante se los repartiera sólo a sus conocidos y amigos estoy… frito; no conozco, después de todo, productores de cubrebocas. Con el sistema de mercado puedo conseguir un tapabocas; ya sea porque gano lo suficiente, puedo pedir prestado, o la razón que sea, tengo, al menos, la posibilidad de hacerme de uno.

Sin embargo, ¿cuál es el precio justo de un producto? Pues me parece que el que un individuo está dispuesto a pagar libremente por él. Pongámoslo de otro modo: ¿es justo que el comercializador (el que sea) pierda la posibilidad de ganar más dinero con la venta de su producto si alguien está dispuesto a pagar por él?

No pienso que el sistema sea perfecto, aunque pueda parecer que sí en verdad no lo creo, pero si alguien sabe de un mejor método de distribución, que dé tantas oportunidades de modo tan imparcial, por favor dígamelo.

22 de abril de 2009

Antes de firmar dígame, ¿es usted feliz?

Las pruebas de inteligencia emocional son, desde hace algunos años, una herramienta utilizada en muchas empresas y dependencias de gobierno para perfilar y conocer a los candidatos a obtener alguna plaza laboral. Estas pruebas varían en su complejidad y permiten al examinador darse una idea de quién es la persona examinada.

Hace muy poco tiempo tuve la oportunidad de observar los resultados de una persona sometida a una prueba de inteligencia emocional. Primero quedé un tanto asombrado, muchos de los elementos calificados en la prueba eran acertados en mayor o menor medida (al menos eso me pareció de acuerdo con lo que conozco a la persona), hubo, sin embargo, algunos otros en los que la prueba me parecía que no reflejaba la realidad. “Dicen que es como una fotografía” -me decía la persona examinada- no refleja quien fui antes de la prueba o quien seré, sólo quien era en el momento del examen”. Varias dudas me surgieron al ver los resultados. Más que una fotografía me parecía un cuadro impresionista, en donde la imagen no es del todo nítida y se permite jugar con los límites; asumiendo eso no me pareció del todo descabellado el test. Sin embargo, al parecer, la variación en una sola unidad (bajo una escala de 150 cincuenta puntos posibles) es suficiente para determinar “áreas de oportunidad” (que es la forma positiva de decir defectos) en las personas, esto me pareció exagerado pues, si se acepta que la prueba no puede ser determinante del carácter, entonces promover recomendaciones basándose en una mínima variación puede ser una pérdida de tiempo pues, de algún modo, podría ser que realmente esa característica en específico sea realmente más desarrollada y, por tanto, estaríamos gastando esfuerzos en mejorar algo en lo que ya somos buenos.

Con todo eso en la cabeza me quedé pensando en los límites de dichas pruebas y me parece que tienen una serie de “áreas de oportunidad” (o defectos) intrínsecos y que muchos de los que las realizan parecen aceptar:
1. Procuran cuantificar lo incuantificable.
2. Separan al ser humano en partes suponiendo la independencia de las mismas; esto promueve un mejoramiento aislado de “partes” del carácter y no un mejoramiento integral.
3. El suponer que eres mejor o peor que el promedio (que es la única manera que la prueba puede hablar de “normalidad” en las capacidades de los individuos) no implica que seas suficientemente bueno supuestas tus necesidades. Es quizá más importante que un director sea empático a que lo sea un mensajero, así como será más importante que el mensajero sea un tipo poco explosivo a diferencia del director (que se espera que pueda tener reacciones violentas ante la adversidad).
4. Al contabilizar adquieren un carácter de “científico”, lo que le da mayor validación ante algunas personas aun cuando se acepte que lo evaluado no sea, forzosamente, real.

Teniendo en mente éstas (y probablemente otras debilidades que este tipo de pruebas puedan tener), me parece consecuente preguntarnos sobre la validez que una prueba de estas pueda servir como filtro para la contratación de un individuo. De entrada parece ser una buena herramienta, aunque la realidad es que podría darnos información falsa pues el candidato pudo haber tenido una muy mala semana, por ejemplo: uno de los apartados procuraba medir la felicidad, si el candidato terminó con su novia, sufrió el deceso de su abuela, se le ponchó una llanta camino a la entrevista y no se tomó su café matutino, seguramente saldrá como una persona infeliz, aun cuando, dependiendo de la persona de la que se trate, pueda, quizá al mes, ser una persona “feliz”.

De igual modo esta prueba busca “desenterrar” aquello que el candidato no quiera decir en su entrevista, ante esto pregunto: ¿no tiene derecho a no confesar algunas cosas? Por supuesto el empleador debe saber si el candidato tiene antecedentes penales, pero no estoy del todo seguro que tenga derecho a saber si, según un test de inteligencia emocional, sea feliz o tenga buena autoestima. Aun suponiendo que el examen fuera infalible diríamos que: ¿una persona infeliz y con baja autoestima no tiene derecho a conseguir un trabajo en donde pueda procurar mejorar su condición sin ningún tipo de prejuicio por parte de su empleador?, ¿una persona con baja autoestima está determinada a trabajar siempre de mal modo, siendo ineficiente? Alguien puede ser acomplejado y un excelente empleado y, aun cuando no fuera así, ¿debería tener una empresa derecho a preguntarme algo así como condición a darme trabajo?

Pienso que las personas tienen derecho a la privacidad. Así como Orwell critica la idea del Gran Hermano como una expresión estatal, la idea de una empresa que “todo” lo vea, o al menos eso busque, parece que implica una invasión a la privacidad.

16 de abril de 2009

Los gordos pagan doble


En una nota publicada por el diario El Universal se dio a conocer una nueva medida de United Airlines que, suponiendo que las personas que padecen sobrepeso ocupan más espacio, deben pagar el doble cuando el avión esté lleno. La idea es que, si el vuelo no tiene asientos de sobra para que la tripulación pueda hacer un reacomodo de los pasajeros, aquel que padezca obesidad tendrá que pagar por dos boletos para asegurar la comodidad de todos los pasajeros (incluida la suya por supuesto).

Es bien cierto, y casi por todos aceptado, que las empresas son libres de llevar a cabo su negocio de la manera en que encuentre apropiada. Es socialmente mejor contar con un negocio exitoso que con uno que, por no ofrecer todos los servicios que sea capaz, encuentre dificultades. Es decir, es mejor una aerolínea con mayor cantidad de vuelos, porque tiene una alta demanda de servicios, que una que apenas pueda encontrar a quien transportar; la aerolínea que sea buen negocio generara mayor bienestar social pues ofertará mayores empleos, contribuirá de mejor manera con el fisco y será un campo fértil para inversionistas entre muchas otras cosas. A nadie le molestó cuando American Airlines decidió, en 1987, retirar una aceituna de cada ensalada servida en primera clase logrando un ahorro de 40, 000 dólares. Sin embargo, ¿retirar una aceituna es lo mismo que cobrar doble a los obesos?

La libertad de maniobra de una empresa debe estar limitada por ciertos elementos, la ley es uno de ellos. Suponiendo que la discriminación es un acto, no sólo ilegítimo, sino ilegal, sería necesario pensar si la medida de United es, de hecho, discriminatoria. Dado que el derecho en Estados Unidos está firmemente enmarcado en el concepto de jurisprudencia podríamos pensar que, al menos desde un marco legal, no es discriminación. Como bien se señala en la nota compañías como US Airways, Continental o Southwest han implementado este tipo de medidas antes; dado que nunca ha habido una prohibición al respecto, podemos pensar que están permitidas este tipo de acciones.

La decisión de penalizar a los obesos, por parte de United, es la respuesta a más de 700 quejas, hechas en el año 2008 (es decir que son cerca de 2 quejas diarias), de pasajeros protestaban por tener que compartir su espacio con personas voluminosas. Setecientos usuarios que podrían acercarse a otra línea aérea que garantice su comodidad. De fondo, transportar obesos, a menos de que sobre el espacio, es mal negocio.

Hay algo que no entiendo de la medida. Supongamos que sufro de obesidad pero compro mi boleto en línea, sin hacer comentario alguno sobre mis dimensiones, llego al avión y, al ver que no hay espacio suficiente, me dicen que tengo que comprar un lugar adicional; pero, si el avión va lleno, ¿cómo pretenden que compre un lugar adicional? Entonces, ¿tendría alguna otra opción distinta a retrasar mi vuelo?

De fondo, suponiendo la obesidad como una enfermedad (para incomodar a alguien con mi sobre peso tendía que ser obesidad mordida, lo que es una enfermedad), ¿no sería un acto discriminatorio por parte de la aerolínea el negarme el uso de mi asiento? De fondo la aerolínea no me están vendiendo un asiento, me está vendiendo un pasaje y nada más.

Por lo que he visto, y tengo entendido, hay un cierto cupo, pensado con anterioridad, para personas con otras discapacidades. Siempre habrá lugar para alguien en silla de ruedas y, si no es así, al menos se buscará proteger su derecho de vuelo. Por ejemplo, las normativas europeas suponen que las líneas aéreas no tienen derecho a discriminar a un pasajero a causa de una discapacidad, excepto por razones de seguridad tales como que el avión sea demasiado pequeño o que no tengan las instalaciones adecuadas (lo cual no es el caso con la obesidad); en caso de que la línea no pueda proporcionar el lugar adecuado deberá facilitar a la persona la posibilidad de tomar otro vuelo o devolverle el importe (por supuesto no cobrarle el doble).

Me doy cuenta de que dicha normas son europeas, United, por su parte, es americana. Sin embargo, si existen personas cuidadosas respecto a la discriminación tienden a ser nuestros vecinos. La pregunta parece ser entonces: ¿El legítimo rechazar la discriminación a discapacitados sólo en los casos que encontramos convenientes?