26 de mayo de 2009

Tómese 3 tabletas... para que me vaya de vacaciones


En una nota publicada el día de hoy por El Universal se trata el tema de la corrupción del sector salud por supuestos sobornos de las farmacéuticas. Se expone cómo es que estas grandes industrias invierten millones de pesos para lograr que los médicos prescriban sus medicinas; el soborno se materializa gracias a que los “visitadores” (nombre que se escucha bastante enigmático y con el que se denomina a los agentes de venta que promocionan a la empresa) ofrecen viajes a congresos, plumas, kits de escritorio e, incluso, instrumentos de trabajo.

La queja viene desde ciertos investigadores, una del Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM y otro del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán”, que mencionan cómo es que el supuesto interés de las farmacéuticas, tanto por el consumidor final como por la preparación profesional de los médicos, tiene una agenda “oculta” que procura promover la compra de ciertos medicamentos.

Si bien es cierto que dichas prácticas pueden terminar en terribles abusos, cómo, por ejemplo, que el médico recetara medicinas que no funcionen con tal de poder cumplir su cuota y hacerse acreedor a un viaje, la realidad es que no veo lo terrible de la práctica en circunstancias normales. Es cierto, las farmacéuticas viven de las ganancias que representan las medicinas, lo que podría ser visto como algo negativo por alguna persona que no crea en la continua innovación (pues cómo habría innovación en el sector sin las utilidades que representa la venta del producto); sin embargo, ¿dónde estaríamos si las grandes empresas dedicadas a la salud no procuraran, con sus ventas, generar riqueza para sus dueños y colaboradores? ¿En dónde estaría, hoy por hoy, el sector salud? ¿Existirían tantas curas como las podemos encontrar hoy en día?

Normalmente pensamos que los precios de los medicamentos son altísimos, después de todo, ¿cuánto cuesta hacer una sola pastilla de cierto medicamento? El costo elevado responde a muchas más cosas que el costo de producción por unidad o, dicho de otro modo, si suponemos dentro del costo de cada pastilla toda la inversión en investigación necesaria, nos daríamos cuenta de que cada unidad es más cara de lo que pensábamos. Por supuesto siempre hay excesos, existen siempre productos -y no exclusivamente de la industria farmacéutica- cuyo margen de utilidad es tan alto que parece una grosería; también es cierto que en las medicinas duele más esta situación porque es un tema de salud, pero no podemos emitir juicios absolutos respecto de eventos aislados o que, al menos, no sean los que ocurren la gran mayoría de las veces. Además, el precio del producto responde, de igual manera, a una lógica de mercado que, hasta hoy, no ha podido ser sustituida por un modo más igualitario y justo de distribución.

¿Es malo entonces que las farmacéuticas generen incentivos que promuevan sus ventas? Me parece que no. Si hay algo malo, y sin duda lo hay, es que los médicos, a quienes les confiamos nuestra salud, se aprovechen de oportunidades como esas y jueguen con nuestra salud y nuestros bolsillos. Supongamos que algún establecimiento de comida chatarra me ofreciera un viaje si puedo comer ahí, llevando a mis amigos, en un promedio de una vez al día y, revisando mis posibilidades de viajar, accedo; si engordo y comienzo a tener problemas de salud por eso, a quién debo culpar, al restaurant o a mí: ¿no deben ser responsables las personas por las decisiones que libremente, y con pleno conocimiento, toman en su vida?

7 de mayo de 2009

¿Veinte pesos un cubrebocas?... me lo llevo


Con la actual epidemia de influenza el precio de los cubrebocas aumentó de modo que nadie pudiera haber esperado bajo condiciones normales. Entre los distintos rumores en precios escuché incluso que se cotizaban, mediante la venta informal, hasta en los 20 pesos; es decir 20 veces su precio inicial promedio. Las voces unidas de los mexicanos dijeron: “no puede ser el abuso de unos pocos que lucran con la desesperación de la mayoría”.

Por supuesto el costo es excesivo, una burla, un chantaje que se sostiene por el precio que damos a nuestra salud, ¿o no? Es injusto pensar que hay personas que tienen un sueldo diario menor al costo de un cubrebocas y, bajo el supuesto de que es necesario cambiarlo al menos cada 4 o 6 horas (he escuchado diversas versiones al respecto), una persona que gana el salario mínimo tendría que trabajar cerca de 2 días para tener cubrebocas suficientes que lo protejan durante una jornada laboral. Es decir, que olvide la comida, transporte y cualquier otro gasto necesario para vivir.

Sin embargo me surge una duda: cómo tendríamos entonces que distribuir un bien como los tapabocas (o cualquier otro bien escaso que se considere necesario para el caso) si no es fijando un precio que satisfaga la ley de la oferta y la demanda. Por supuesto se me criticará de cruel, descorazonado hijo de… De cualquier modo, la pregunta se mantiene: ¿cómo distribuimos ese bien escaso?

¿Preferiríamos que lo distribuyera el gobierno atendiendo a intereses partidistas o por simpatía a un grupo social determinado? ¿Quisiéramos que los fabricantes estuvieran obligados a darlos gratis y que lo recibiera sólo aquel que esté primero en una fila (y que por lo mismo no fue a trabajar para llegar antes que todos)? ¿Sería más adecuado dar preferencia a un individuo, o grupos de individuos, dadas características personales frente a un sistema impersonal y, en ese sentido, imparcial?

Claro, la siguiente pregunta sería: ¿el sistema de mercado es realmente imparcial en un país como México? La respuesta me parece ser sí, si bien no es meritorio en toda la extensión de la palabra (lo cual lo haría realmente mejor), si es imparcial. En mi caso concreto, no tengo un salario que pueda compararse con las clases altas del país (al contrario, y para mi sorpresa, me di cuenta revisando indicadores nacionales de que mi cheque corresponde más a una persona que vive en situación de pobreza que a una considerada, siquiera, de clase media… por suerte no tengo muchos gastos), de cualquier manera yo podría, si lo decido así, comprar un tapabocas en 50 pesos. Así lo pueden hacer muchos individuos. Si un político mal intencionado decidiera repartir los tapabocas atendiendo a intereses electorales, por ejemplo, probablemente no tendría yo un tapabocas. Del mismo modo, si el fabricante se los repartiera sólo a sus conocidos y amigos estoy… frito; no conozco, después de todo, productores de cubrebocas. Con el sistema de mercado puedo conseguir un tapabocas; ya sea porque gano lo suficiente, puedo pedir prestado, o la razón que sea, tengo, al menos, la posibilidad de hacerme de uno.

Sin embargo, ¿cuál es el precio justo de un producto? Pues me parece que el que un individuo está dispuesto a pagar libremente por él. Pongámoslo de otro modo: ¿es justo que el comercializador (el que sea) pierda la posibilidad de ganar más dinero con la venta de su producto si alguien está dispuesto a pagar por él?

No pienso que el sistema sea perfecto, aunque pueda parecer que sí en verdad no lo creo, pero si alguien sabe de un mejor método de distribución, que dé tantas oportunidades de modo tan imparcial, por favor dígamelo.